Hablar de terroir es hablar, en definitiva, de la tierra. En realidad es un término francés del que nos hemos apropiado cuando hablamos en términos asociados al vino cuando en castellano ya existe una palabra para ello, el terruño.
Cuando hablamos de terruño nos referimos al conjunto de factores que definen y describen la región geográfica donde está emplazado el viñedo. Porque dependiendo del lugar donde está enclavado cuenta con unas características de inciden en las propiedades del vino que se elabora con esas uvas. Las temperaturas, el grado de humedad, la intensidad de los vientos o la composición del suelo tienen mucho que ver en producto final.
Precisamente los enólogos son especialistas en conocer todo ese tipo de detalles para “jugar” en el proceso de elaboración. Porque no todos los suelos cuentan con el mismo tipo de minerales y en las mismas cantidades, porque es necesario conocer las bacterias presentes en vid y las levaduras silvestres con las que cuentan. Saber el nivel y el ángulo de insolación, la antigüedad del viñedo, su altitud o el nivel de drenaje es importante porque todos estos factores inciden de forma directa sobre el fruto.
Ya en la copa, podemos conocer un terroir porque el vino tiene la identidad del ambiente que lo ayudó a crecer. Así, tendremos una demostración de su terruño en el color, el aroma, los sabores y las sensaciones.